¿Por qué aceptamos que un toro (nos) mate? ¿Alguna vez te lo has preguntado? ¿Alguna vez has reflexionado sobre las razones que pueden llevar a una persona a poner su vida en riesgo y a estar dispuesto a entregársela a un “simple” animal? ¿Acaso todas esas personas que se han jugado o se juegan su vida delante de un toro no piensan en su familia, en sus amigos, en sus parejas…? Quizás, esta pregunta sí os haya venido a la cabeza en alguna ocasión. Y tiene todo el sentido del mundo. ¿Quién va a querer que un amigo, un novio o un hijo se arriesgue a perder la vida por una “simple” afición? ¿Quién va a querer hacer sufrir a un amigo, a una pareja o a unos padres, por una “simple” afición? ¿Realmente esas personas saben lo que se están jugando? ¿Saben las consecuencias reales de lo que puede suceder? ¿Acaso somos conscientes de que la muerte es lo único que no tiene solución ni retorno? ¿Acaso tememos a la muerte? Son tantas y tantas preguntas que nos podríamos hacer antes de dar una respuesta al título de este artículo… Pero permitidme que antes de daros mi opinión, os lance una última pregunta. ¿Estáis dispuestos a aceptar que os digan lo que tenéis que hacer con vuestra vida? ¿También nos van a decir si debemos o no poner nuestra vida en juego? ¿O si podemos, o no? ¿Quiénes se han creído que son esa panda de energúmenos perturbados que quieren pisotear al ser humano, poniendo a los animales por encima de nosotros? Por ahí sí que no debemos pasar. Por ahí no. Basta ya de que se rían de nosotros.
Haciendo un esfuerzo de contención ante el enfado que me despierta ver el silencio mediático sobre el avance de una ideología totalitaria como es la del animalismo, procedo a responder a las preguntas que os hacía unas líneas más arriba. ¿Por qué aceptamos que un toro (nos) mate? Pues no es una pregunta fácil. De hecho, no sé si aquellos que nos hemos jugado la vida alguna vez delante de un toro aceptamos como tal ese posible final. Posiblemente sí, aunque lógicamente nunca quieres que suceda o que llegue. No hay que engañarnos, tampoco. Pero más que aceptar el hecho de poder morir, creo que lo que aceptamos es el hecho de “luchar” para no morir. Es decir, somos conscientes de que eso puede suceder, porque el toro hiere y mata, pero lo que realmente “aceptamos” no es morir, si no luchar para no hacerlo y ese acercamiento a la muerte es lo que nos hace sentirnos más vivos, y valorar aún más la importancia de la vida.
Rechazando tajantemente la idea de que el toro sea un “simple” animal, que no lo es, por su particularidad y por la importancia que tiene en la vida de tantas personas, es evidente que cuando alguien se juega la vida delante de un toro sabe que hay gente que no lo va a pasar bien. O que directamente no va a estar a favor de esa decisión. Y está claro que a nadie nos gusta ver sufrir a la gente más cercana: amigos, pareja, padres… Pero la vida también funciona así desde que nacemos. Vivir es tomar decisiones. Y las decisiones siempre son subjetivas. Siempre va a haber voces a favor, y voces en contra. Nunca vas a gustar a todos, ni debes tratar de hacerlo. No merece la pena. Quién te quiere, te respetará. Y en la base del respeto está la convivencia. Convivencia fundamental en una amistad, en una familia y, por supuesto, en una sociedad.
El problema que tenemos hoy con esa panda de energúmenos perturbados que se hacen llamar “animalistas” es que han roto totalmente la convivencia en la sociedad. Han divido a la sociedad y pretenden arrinconar a quienes defendemos la libertad como nuestra bandera de valores. Quieren acabar con quienes pensamos que la libertad es la norma fundamental que nadie debe agredir ni manipular. La libertad de pensamiento, la libertad cultural, la libertad de expresión… la libertad en toda su expresión. Y la libertad no encaja ni tiene cabida dentro de una ideología totalitaria que pretende decirnos qué podemos o no comer, qué podemos o no ver, leer, decir, sentir… Y ahora, en un momento en el que el toro ha pegado duro, y se han sucedido una decena de muertes, que a nadie satisfacen y todos lamentamos, pero que muchos aceptamos como parte del riesgo que supone enfrentarse o estar cerca de un animal bravo como es el toro, los mal llamados “animalistas” quieren también decirnos cómo, cuándo y si debemos o no, poner nuestra vida en juego. Es decir, ni vivir, ni morir nos dejan. Y yo me pregunto, ¿estáis dispuestos a aceptar que os digan lo que tenéis que hacer con vuestra vida? Yo tengo la respuesta clara. No, y mil veces no.
Arribes Taurinas pone en marcha la campaña «Las muertes se respetan, no se aprovechan»