ARRIBES TAURINAS

Los toreros también lloran: histórica tarde de El Juli en Madrid

Imagen: Plaza 1

Los humanos concebimos el hecho de llorar como algo negativo. Como algo que debemos evitar a toda costa. No queremos llorar jamás. Tememos llorar. Hacemos todo lo posible y lo imposible para que nadie nos vea llorar. Ni tan siquiera queremos que nos vean llorar aquellas personas a las que más queremos. O a las que regalamos nuestra confianza por amistad. Porque llorar excede el límite de la confianza. Es algo tan íntimo, tan personal, tan complicado, que preferimos mostrar una sonrisa desencajada a unas lágrimas sinceras. Llorar es desnudar nuestra alma. Nuestras debilidades y nuestras fortalezas. Es el acto más sincero y valiente. El más natural de todos. Llorar nos hace humanos. Y los toreros, que son héroes y humanos al mismo tiempo, también lloran.

Julián López “El Juli”, con casi veinticinco años de alternativa, consagrado como figurón del toreo, la vida resuelta en muchos sentidos y sin ninguna necesidad de ‘pelearse’ con los que vienen arreando por detrás, ha reventado Madrid, San Isidro y ha mojado la oreja, si me permiten la expresión, a Morante de la Puebla y Pablo Aguado. La tarde de hoy en Las Ventas, de una expectación desmesurada por el hierro y los toreros acartelados con él, parecía traer de casa una especial atención en los dos toreros sevillanos. El Juli parecía ser el “tapado” del cartel, aunque resulta insultante, claro, usar una expresión de este tipo para referirse a un torero de tal dimensión. Pero así era el ambiente, y creo que hasta ellos mismos eran conscientes. Pero también todos éramos conscientes de que El Juli, torero veterano pero con una cabeza privilegiada, es de los que jamás se ha dejado ganar la pelea. Jamás. Hoy volvió a demostrarlo. Volvió a demostrar que no tiene límites. Que su dimensión como torero es difícilmente superable. De hecho, su tarde hoy en Madrid, histórica sin ninguna duda, será difícilmente superable. Para él y también para el resto del escalafón. La tarde de su vida. La tarde más importante de El Juli en Madrid.

Dijo un emocionado Juli al acabar la corrida que “ha habido momentos en los que se me iba el alma”, y a Madrid hasta el corazón. Porque la voz la perdimos todos. El rugir de Madrid es único. Es mágico. Llega a ser incluso intimidante. Por su grandeza y su importancia. Y solo aparece en las grandes tardes. O en aquellas faenas inolvidables. Hoy fue una de esas grandes tardes. Diría que fue una tarde prácticamente perfecta de El Juli. Al margen del fallo con la espada en el quinto toro, que le arrebató una merecida Puerta Grande, el toreo de El Juli fue sencillamente extraordinario. Con el capote y con la muleta. Al segundo de la tarde, su primer toro, lo durmió en el capote con unas verónicas de ensueño. De las que pellizcan el pecho. De las que te ponen en pie. En la muleta dio una clase magistral de toreo. De entender al toro y darle la faena que pide. Desde los doblones de inicio hasta un superlativo y eterno cambio de mano. Lo toreó en redondo con la mano derecha y ni una sola vez le enganchó el de La Quinta la muleta. Juli sacó su versión más vertical. Más natural. Más ‘madrileña’. Y remató la faena por abajo con muletazos que rebosaron torería. Cortó una oreja de ley tras una buena estocada, y nadie, tampoco el 7, protestó la entrega del trofeo.

Con la Puerta Grande a tiro de piedra, El Juli comenzó la faena al quinto de la tarde con todo a la contra. La bronca a Aguado y a Morante, en los toros anteriores al suyo, y las complicaciones que ofreció el toro en los primeros tercios hicieron que las esperanzas de que aquello pudiera llegar a buen puerto brillaran por su ausencia. El toro se le coló por dentro en dos o tres ocasiones en las primeras series y los tendidos empezaron a tirar la toalla. Se llegaron a escuchar incluso algunos pitos. Pero de pronto, El Juli embrujó al cárdeno de La Quinta y nos regaló una faena de auténtico Maestro del toreo. Tardaremos mucho tiempo en olvidar los naturales a “Gañafote”, de una profundidad inimaginable y una largura admirable. Enroscándose el toro a la cintura. Meciéndolo en la muleta y jugándose el tipo con un toro que a cualquier otro torero no le hubiera servido. Se inventó la faena El Juli y lo exprimió hasta el final en una obra sobresaliente que puso la plaza en pie en repetidas ocasiones. Se rindió Madrid a su toreo en la tarde de la reconciliación. Tras muchas tardes de desencuentro entre torero y afición, El Juli convenció a “su plaza” a base de entrega, verdad, poderío y una capacidad desorbitada. Una tarde histórica que pudo acabar, y mereció hacerlo, con El Juli a hombros por la calle Alcalá. Pero la espada lo impidió y Juli se derrumbó. Porque los toreros también lloran.

Las lágrimas de un Torero en mayúsculas. De un Torero histórico y grandioso. De una figura del Toreo y, a buen seguro, una leyenda de esto. Lloró El Juli, y lloró Madrid con él. Ese pinchazo nos dolió a todos. Pero a estas alturas, eso es lo de menos. La grandeza de El Juli va más allá de orejas y de puertas grandes. El Juli se entregó a Madrid y Madrid se entregó a El Juli. Una tarde apoteósica en la que también estuvieron Morante y Aguado. Estuvieron, pero no estuvieron, ya me entienden. Otra vez será. Mientras tanto, La Quinta reivindicó el sitio que merece el encaste santacoloma y lidió una corrida con hasta tres toros -segundo, tercero y sexto- con grandes opciones. Al primero se lo cargaron en el caballo, el cuarto fue el más deslucido -y Morante no quiso verlo, abreviando la faena entre pitos- y el quinto que terminó rompiendo después de ofrecer muchas complicaciones. Pero hoy, la tarde tuvo nombre y apellidos: Julián López Escobar.

Plaza de toros de Las Ventas. Cuarto festejo de la Feria de San Isidro. No Hay Billetes. Toros de La Quinta, bien presentados. Destacaron el segundo, tercer y sexto toro. Morante de la Puebla: silencio en ambos; El Juli: oreja y vuelta al ruedo; Pablo Aguado: silencio en ambos.

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